Coherencia emocional

 - Vivir con coherencia -


El sol acaba de salir, el horizonte tiembla con tenues rayos de luz. Es un paisaje mágico, como cada día que acaba de nacer. Otra oportunidad de seguir con lo que dejamos ayer o de empezar algo distinto.

Cada día puede ser un nuevo comienzo. Personas que odian sus trabajos, que no quieren a sus parejas, que desean ver mundo… pero que se quedan un día tras otro viviendo las vidas que un día crearon y ya no quieren vivir.

Las circunstancias externas que forman parte de nuestra vida, como el trabajo, la pareja o tener dinero, constituyen sólo el 10% de nuestra felicidad según varios estudios de Psicología.

Se afirma que el 50% de la felicidad está en los genes, que es innata, y el 40% restante lo conforma lo que pensamos y hacemos. Esto último es precisamente lo que podemos cambiar.

Otras afirmaciones aseguran que la felicidad es la salud o las relaciones sociales, pero en realidad, la felicidad se basa en la coherencia: ser coherentes con lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos nos llena, nos hace felices.

Si somos coherentes con nosotros mismos nuestro estado de ánimo, nuestra salud, nuestro trabajo y todo lo demás nos acompañará.

Ser coherente con lo que se piensa, se dice y se hace parece sencillo pero no lo es.


Serlo muchas veces implica cambios y el ser humano está programado para la rutina y hacer las mismas cosas, principalmente para ahorrar energía, algo muy útil para nuestro instinto de supervivencia. Tendemos a ir a los mismos sitios, caminar por las mismas calles, ir con la misma gente y hacer las mismas actividades. Haciéndolo de esta manera no tenemos que pensar demasiado porque actuamos más o menos de forma automática.

Además, para conservar nuestra zona de confort tendemos a reprimir emociones. Por ejemplo, me enfado en el trabajo o en casa pero no digo abiertamente lo que pienso para no enfrentarme a una situación de posible conflicto. Entonces hay discordancia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.

Dedicamos más de media vida a entrenar nuestra mente, a adquirir competencias para razonar, deducir, relacionar, diferenciar, clasificar y argumentar, mientras ignoramos el lenguaje emocional y su significado.

En nuestra sociedad utilizamos en exceso la mente. Las cefaleas, o dolores de cabeza, son habituales entre todos nosotros y es un indicativo de que se está buscando la solución de forma reiterada a una problemática.

Hay muchas personas “mentales” que buscan la solución a sus conflictos a través de sus pensamientos. No obstante, la solución se debe sentir y no pensar: se debe sentir en el corazón.

Las situaciones que no sabemos gestionar de forma eficaz impactan en nuestro organismo. Reprimimos emociones que pueden acabar convirtiéndose en una patología física o mental o en una dificultad. Para que esto no ocurra hay que ser coherentes con lo que pensamos, sentimos y hacemos y una forma innata de lograrlo es escuchando nuestro corazón.

Cuando pensamos con el corazón y obramos en consecuencia, empezamos a vivir situaciones que coinciden con nuestro estado interior, con nuestra esencia.

En el trabajo podemos ver fácilmente si somos coherentes: trabajar no es ir unas horas concretas, a sacrificarte para después salir y volver a vivir. Las personas coherentes tienen trabajos que aman, trabajos que les llenan, trabajos en los que fluyen.

Ser coherente es una opción, una filosofía de vida, una forma de pensar, sentir y hacer acorde con nosotros mismos, en equilibrio con nuestro ser. Cuando somos coherentes y estos tres elementos, mente, corazón y manos, están alineados, vivimos el escenario de felicidad que hemos construido.

Creemos que tenemos toda una vida por delante para ser coherentes, que si no hacemos lo que queremos no pasa nada, que ya lo haremos más adelante; pero, desgraciadamente, el lamento más común que expresan las personas que están en sus últimos días es: “Ojalá hubiera tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo, y no la vida que otros esperaban de mí”.



Enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=yWVcysoVHW0